Dime, qué hago con el calor. Cómo me escurro los temblores de la piel, si tú no estás, o estás tanto, tanto, que pierdo el control de mí misma y te dejo acceder a lugares que no quiero que pises.
Te sientan bien la desnudez y las ganas que se te derraman por la boca.
Agárrame fuerte por la espalda y mírame, otra vez, que oler a ti es de los mayores milagros que me han ocurrido. Y no te preocupes si me sientes al borde del llanto -yo cuando no sé decir cuán trémula tengo el alma, lloro.
Sólo me resta darnos las gracias, a las dos, por haber construido algo que valga la pena, aunque todos los esbozos que hicimos estén aún, traspapelados, en las estanterías de mi mente. Me basta con saber que estás en algún lugar, pero mirándome. Me basta, sí, con la vida para justificar(nos) todos nuestros pecados.
Te invito a pisar tierra prohibida otra vez y a hacerte dueña del ritmo de mi respiración.