tal vez su luz que vuelve y vuelve sea la última certeza que me queda



dimarts, 1 de febrer del 2011

Hecatombe

Tengo que reconocer varias cosas antes de que se haga oscuro.
La primera cosa es que sé que hay un fin en mí. Puedo palparlo en algún lugar de mi esófago, agarrado como una nuez que va echando raíces a medida que trago agua. Como esas pastillas que se atragantan por ser demasiado grandes, y la garganta demasiado estrecha.
Tengo que reconocer que he intentado a veces, en pleno ataque de bulimia, vomitar todo sentimiento. Meto los dedos hasta lo más hondo e intento arrancar cualquier cosa que dé signos de vida. Pero tengo que reconocer también que eso equivale a intentar vomitar las entrañas: prefiero vivir con ellas antes que morir.
Tengo que reconocer que, cuando me doy cuenta de todo esto, contraigo la garganta al máximo para que la nuez no me llegue al estómago, y coagulo toda mi sangre de repente en un intento desesperado de parar el tiempo: que no corra el agua, que no sople el viento, que nadie grite si no somos tú y yo al tirarnos del precipicio, instantes antes de abrir el paracaídas.

Instantes. Antes. De. Abrir. El. Paracaídas.

Y son esos los instantes que nos salvan, y nos redimen de todos los pecados, de todas las mordeduras de serpiente, de todo el veneno negro en la sangre, que se infiltra sin avisar a nadie y asoma sólo en los dientes.

Tengo que reconocer que te quiero tanto que no me importa nada más allá que esos instantes. Que se muera la vida, si tú y yo sobrevivimos a la Hecatombe, o la esquivamos al menos, a base de besos que (se) deshacen.