El silencio de ese día fue amable. El del dia anterior había sido eufórico, y el del otro, agrio. El de mañana bien podía ser rabioso o compañero, y el de pasado quizás sería tenso, o quizás apasionado.
Se encontraban cada día de seis a ocho y permanecían en silencio. Una vez, él le cogió la mano. otra vez, ella le besó en los labios. Ella iba porque él no le pedia explicaciones. Él le construía una burbuja de irrealidad, porque, ¿quién puede imaginar un mundo sin palabras? Él iba porque cada vez que ella miraba por la ventana se le quedaba un pedazo de cielo prendido de los ojos.
Se reunían en una habitación misteriosa que había en el cuarto segunda en el cruce de Bruc con Consejo de Ciento. Nadie vivía en ese piso y ellos entraron sin saber por qué. La habitación tiene paredes blancas, techo blanco y suelo blanco. No hay nada, absolutamente nada, ni una silla, ni una mesa, ni una lámpara. Tiene una sola ventana que da a la calle. La ventana está pintada de primavera y siempre entra luz por ella. Y si no entra, se la inventan. Igual que si no hubiera cielo también se lo inventarían. Ella salió de su casa un martes por la tarde, andó hacia el cruce Bruc con Consejo de Ciento, abrió la puerta (se inventó la llave) y subió hasta el cuarto segunda. Él salió de su casa un martes por la tarde, andó hacia el cruce Bruc con Consejo de Ciento, abrió la puerta (no hizo falta que se inventara la llave porque ella ya lo había hecho) y subió hasta el cuarto segunda. Él dijo "Elena" y ella dijo "Leo". Así que, para ella, él se llamaba Leo, y para él, ella se llamaba Elena. No tenía por qué ser verdad. Quizás ella se llamaba María, Paula, incluso Muriel o Jana. Y seguramente él tampoco se llamaba Leo, sino Miguel, Julio, Álvaro... Pero si ya podían inventar el cielo, ¿qué más daba? Se sentaron al lado de la ventana y estuvieron callados durante dos horas. Ella le explicaba cómo había sido su día, y él escuchaba. Lo sabía por si tenía los puños apretados o si los ojos sonreían, incluso lo sabía por si llevaba el pelo despeinado, o recogido en una cola, o suelto.
Una vez, a las seis, ella esbribió en la pared con negro "Ya no puedo vivir sin ti". Él entonces le cogió la mano. El día siguiente, él escribió, en blanco, justo encima de lo que había escrito la chica "Ya no puedo vivir sin ti", de manera que la pared volvía a ser blanca. La pared ahora también decía cosas sin decir nada. La chica entonces le besó.
Y por cierto, si ahora les ha entrado la curiosidad y andan hasta el cruce de Bruc con Consejo de Ciento y suben hasta el cuarto segunda, tienen dos posibilidades: la primera, y seguramente la que más crédulos tendrán que soportar, será, para empezar, no poder entrar, y si lo hace seguramente se encontrará con una familia en la que, con un poco de suerte, habrá un padre impulsivo que pensará que es un ladrón, descolgará el rifle de la pared y disparará, justo antes de acordarse, aliviado, de que no estaba cargada. Pero si ha tenido la suficiente imaginación como para imaginarse la llave, seguramente también la tendrá como para inventarse la habitación. No busque, no habrá nada escrito en la pared, ni siquiera estarán él y ella, por el simple hecho de que ni esa habitación, ni él, ni ella existen!
Se encontraban cada día de seis a ocho y permanecían en silencio. Una vez, él le cogió la mano. otra vez, ella le besó en los labios. Ella iba porque él no le pedia explicaciones. Él le construía una burbuja de irrealidad, porque, ¿quién puede imaginar un mundo sin palabras? Él iba porque cada vez que ella miraba por la ventana se le quedaba un pedazo de cielo prendido de los ojos.
Se reunían en una habitación misteriosa que había en el cuarto segunda en el cruce de Bruc con Consejo de Ciento. Nadie vivía en ese piso y ellos entraron sin saber por qué. La habitación tiene paredes blancas, techo blanco y suelo blanco. No hay nada, absolutamente nada, ni una silla, ni una mesa, ni una lámpara. Tiene una sola ventana que da a la calle. La ventana está pintada de primavera y siempre entra luz por ella. Y si no entra, se la inventan. Igual que si no hubiera cielo también se lo inventarían. Ella salió de su casa un martes por la tarde, andó hacia el cruce Bruc con Consejo de Ciento, abrió la puerta (se inventó la llave) y subió hasta el cuarto segunda. Él salió de su casa un martes por la tarde, andó hacia el cruce Bruc con Consejo de Ciento, abrió la puerta (no hizo falta que se inventara la llave porque ella ya lo había hecho) y subió hasta el cuarto segunda. Él dijo "Elena" y ella dijo "Leo". Así que, para ella, él se llamaba Leo, y para él, ella se llamaba Elena. No tenía por qué ser verdad. Quizás ella se llamaba María, Paula, incluso Muriel o Jana. Y seguramente él tampoco se llamaba Leo, sino Miguel, Julio, Álvaro... Pero si ya podían inventar el cielo, ¿qué más daba? Se sentaron al lado de la ventana y estuvieron callados durante dos horas. Ella le explicaba cómo había sido su día, y él escuchaba. Lo sabía por si tenía los puños apretados o si los ojos sonreían, incluso lo sabía por si llevaba el pelo despeinado, o recogido en una cola, o suelto.
Una vez, a las seis, ella esbribió en la pared con negro "Ya no puedo vivir sin ti". Él entonces le cogió la mano. El día siguiente, él escribió, en blanco, justo encima de lo que había escrito la chica "Ya no puedo vivir sin ti", de manera que la pared volvía a ser blanca. La pared ahora también decía cosas sin decir nada. La chica entonces le besó.
Y por cierto, si ahora les ha entrado la curiosidad y andan hasta el cruce de Bruc con Consejo de Ciento y suben hasta el cuarto segunda, tienen dos posibilidades: la primera, y seguramente la que más crédulos tendrán que soportar, será, para empezar, no poder entrar, y si lo hace seguramente se encontrará con una familia en la que, con un poco de suerte, habrá un padre impulsivo que pensará que es un ladrón, descolgará el rifle de la pared y disparará, justo antes de acordarse, aliviado, de que no estaba cargada. Pero si ha tenido la suficiente imaginación como para imaginarse la llave, seguramente también la tendrá como para inventarse la habitación. No busque, no habrá nada escrito en la pared, ni siquiera estarán él y ella, por el simple hecho de que ni esa habitación, ni él, ni ella existen!
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